domingo, 21 de marzo de 2010

Una égloga novohispana en latín del siglo XVII

Tal vez el acto mismo de escritura entrañe siempre una especie de lucha con lo ya existente, un esfuerzo por tomar el propio lugar frente a la enorme masa de la tradición formada a partir de lo que ya se ha escrito. A veces, el tema mismo que se aborda en una obra literaria es esta lucha, como si el motor de la escritura fuera cierta necesidad de asumir una posición determinada ante la tradición, ya sea para reutilizarla y transformarla, ya sea para enfrentarla y negarla. De un modo general, la literatura novohispana tiene esto como nota distintiva. Parece siempre empeñada en construirse una plataforma que tenga sentido en el marco de la tradición europea; entiéndase, la del occidente de Europa, que para el siglo XVII ya había prácticamente terminado con aquel largo proceso de apropiación de la tradición grecolatina que comúnmente llamamos Renacimiento.

He aquí, pues, un ejemplo de ello. Es un texto que aparece manuscrito en un ejemplar relativamente famoso del fondo reservado de la Biblioteca Nacional de México: el manuscrito 1631. El texto se sitúa justo después de otro que lleva por subtítulo “Vaticinium de progressu in litteris Mexicanae iuventutis”, es decir, “Vaticinio acerca del progreso de la juventud mexicana en las letras”. El que transcribo y traduzco aquí se llama “Eccloga de eadem re”, “Égloga del mismo asunto”, de modo que hay que atribuirle el mismo subtítulo.

Eccloga de eadem re [Vaticinium de progressu in litteris Mexicanae iuventutis]. Dorilas et Lycon.

Luis Peña

Lycon : Dum vacuae fluitant paccato in litore nassae

et mare caeruleum placidis involvitur undis,

desine composita lateat sub arundine cuspis,

O Dorila, ac mecum scopuli pendentis in umbra

et viridi requiesce toro, sedem alga ministrat

invitatque leves intexere vimine cistas.

Hinc ego tuque illinc ambo vicina trahemus

captivos, siqui fuerint, ad littora pisces.


Dorilas: Consideo et priscos dum mente remetior annos

mirabar mea saecla, Lycon, quantum aequore toto

auspicio divum nostri valuere nepotes

quantaque promissae nobis stent pignora frugis.


Lycon: Atque ego dum tenuem subduco in litore pupim

exspectans celeres ad dulcia pabula thynnos

nostrorum heroum tantos mirabar honores,

quippe sacer coluit nuper sua litora Apollo

instituitque novas venandi in gurgite formas,

quas nunquam nostris ullus piscator in oris

vidit nec prisci potuere agnosci nautae.


Dorilas: Adde quod edocuit nostri novus incola ponti:

quomodo temporibus venientia tempora lapsis

succedant, qua lege vagos agitare cachinnos

expediat, remisque udos percurrere campos

ac tandem iratos pelagi componere fluctus.


Lycon: Ortygiam Phebus Tenedon dilexit Apollo,

grata Iovi Creta est, Baccho gratissima Nissus.

Sed mea vidissent si litora, protinus ipse

Ortygiam Phebus Tenedon liquisset Apollo.


Dorilas: Pallada Cecropidae, coluit Minoia Dianam,

celsa Paphus Venerem, Iunonem maxima Memphis.

Sola est Hesperia, Hesperiae si commoda norint

nec Paphus occiduas nec Memphis vinceret oras.

Égloga del mismo asunto [El progreso de la juventud mexicana en las letras]. Dórilas y Licón.

Luis Peña

Traducción de: Joaquín Rodríguez B.

Licón: Mientras las cestas flotan vacías en la costa apacible y el mar oscuro se agita con las plácidas olas, deja que el anzuelo se oculte bajo la caña dispuesta, oh Dórilas, y descansa conmigo a la sombra del peñasco saliente en este verde lecho. El alga nos proporciona asiento y nos invita a tejer ligeras canastas de mimbre. Yo aquí y tú allí, ambos arrastraremos peces cautivos a la costa vecina, si es que los hay.

Dórilas: Aquí sentado y al repasar en la mente los años pasados, admiraba nuestros tiempos, Licón, de cuánto han sido capaces nuestros nietos en todo el mundo por auspicio de los dioses, y cuántas garantías del fruto prometido hay para nosotros.

Licón: Y yo, al llevar una ligera barca a la orilla, esperando que los veloces atunes se dirijan hacia el dulce alimento, admiraba qué grandes honores los de nuestros héroes, pues no hace mucho que el sagrado Apolo habitó sus costas y les enseñó nuevas formas de pescar en el mar, las cuales ningún pescador en nuestras tierras vio nunca, ni los marineros experimentados pudieron reconocer.

Dórilas: Y añade a eso lo que enseñó el nuevo habitante de nuestro mar: de qué modo los tiempos venideros suceden a los tiempos pasados, con qué precepto conviene censurar las risas caprichosas, y recorrer los húmedos campos con los remos y finalmente apaciguar las corrientes irritadas del mar.

Licón: Febo Apolo les tuvo aprecio a la islas Ortiga y Ténedos, Creta es grata a Zeus y Niso muy grata a Baco. Pero si hubieran visto mis costas, al instante el mismo Febo Apolo habría abandonado Ortigia y Ténedos.

Dórilas: Los atenienses honraron a Palas, Creta a Diana, la alta Pafos a Venus, la gran Menfis a Juno; pero la Hesperia está sola. Si conocieran las ventajas de la Hesperia, ni Pafos ni Menfis superarían a las tierras occidentales.

______________________________________________

Recuérdese, al respecto, que la Hesperia era el nombre que se usaba para designar las tierras occidentales. Las Hespérides habitaban en un jardín poblado de árboles con manzanas de oro, el cual vigilaban con ayuda de un dragón. Es una especie de paraíso en la mitología griega, y en este caso Luis Peña lo identifica con América.

Así, parece que lo que se enfatiza al decir que Apolo (es decir, el arte de la poesía) acaba de llegar a las tierras occidentales y que “nuestros héroes” ya tienen muchos honores, es el hecho de que la juventud mexicana haya logrado avances en tan poco tiempo, como si el germen de las letras hubiera llegado a un lugar sumamente fértil: la Hesperia. Se percibe, por tanto, esa mezcla de sentimientos tan típica de las expresiones patrióticas del siglo XVII y XVIII: por una parte, sentirse como recién nacido (los modos de pescar o hacer poesía que Apolo enseñó en América jamás habían sido vistos por ningún pescador o poeta americano); por otra parte, sentirse orgulloso de lo propio.