viernes, 27 de marzo de 2009

Un ensayo de Montaigne: Par divers moyens on arrive à pareiile fin


Hay algo que, después de leer a Montaigne, me quedó fijo en la memoria: la cohesión que logra mantener al abordar un tema, paradójicamente a través de una gran cantidad de datos y ejemplos que parecen conducir a otros temas. Casualmente, después de leer este ensayo y algunos otros de Montaigne, un buen amigo me recomendó Quotation and Originality de Emerson, y me sorprendió ver la diferencia en la forma de tratar la temática de un ensayo. Se diría, en términos geométricos, que los ensayos de Montaigne son como estrellas, mientras que éste en particular de Emerson es un círculo; aquéllos se aventuran transversalmente a la periferia y sin perder conciencia del centro se alejan de él y tocan nuevas regiones, éste procede por exhastustividad a lo largo y ancho de la superficie, hasta que logra abarcarla por completo.
Presento mi versión del ensayo de Montaigne Par divers moyens on arrive à pareiile fin, que es el capítulo I del libro I y cuyo original en francés puede encontrarse en esta dirección. Por razones de espacio, no la incluyo y pongo solamente mi traducción al español.


Por distintos medios se llega a resultado similar

Michel de Montaigne


Trad. de Joaquín Rodríguez Beltrán


La manera más común de ablandar los corazones de los que hemos ofendido, cuando, la venganza a la mano, nos tienen a su merced, es conmoverlos a la conmiseración y la piedad mediante la sumisión. Sin embargo, el coraje, la constancia y la resolución, medios del todo contrarios, algunas veces han llevado al mismo resultado.

Eduardo, príncipe de Gales, aquél que gobernó durante tanto tiempo nuestra Guyana, personaje cuya condición y fortuna tienen tantos fragmentos notables de grandeza, habiendo sido seriamente ofendido por los lemosines, al tomar su ciudad por la fuerza no se detuvo ante los gritos del pueblo, de mujeres y niños abandonados en la masacre, que le suplicaban piedad y se arrojaban a sus pies; hasta que, al penetrar en la ciudad, vio a tres caballeros franceses que con una valentía increíble parecían resistir ellos solos a los esfuerzos del ejército ya victorioso del príncipe. La consideración y el respeto a una virtud tan notable debilitaron primero el aguijón de su cólera, y así comenzó a causa de estos tres caballeros a tenerles misericordia a todos los otros habitantes de la ciudad.

Cuando Scanderberg, príncipe del Epiro, seguía a uno de sus soldados para matarlo, este último, después de haber intentado apaciguarlo mediante toda clase de rebajamientos y súplicas, se decidió como último recurso a esperarlo con la espada empuñada. Esta resolución por su parte frenó en seco la furia de su amo, el cual, por haberlo visto tomar una decisión tan honorable, le concedió su gracia. Este ejemplo podrá ser interpretado de otra manera por quienes no hayan leído acerca de la prodigiosa fuerza y valor de tal príncipe.

El emperador Conrado III, mientras asediaba a Guelfo, duque de Baviera, no quiso condescender a las más dulces condiciones –algunas viles y cobardes satisfacciones que le ofrecían–, sino permitiéndoles únicamente a las mujeres nobles que estaban sitiadas junto con el duque que salieran a pie, su honor a salvo, con lo que pudieran llevar sobre sí mismas. Ellas, de un corazón magnánimo, tuvieron la idea de cargar sobre sus espaldas a sus maridos, a sus niños y al duque mismo. Le dio al emperador tanto placer ver la nobleza de su coraje, que lloró de gusto y mitigó toda esa agria enemistad mortal y capital que lo había empujado contra el duque, y a partir de ese momento lo trató humanamente, a él y a los suyos.

El uno y el otro de estos dos medios me arrebatarían fácilmente, pues tengo una maravillosa inclinación a la misericordia y la mansedumbre. A tal grado que, en mi opinión, me entregaría con mayor facilidad a la compasión que a la estima. Y sin embargo, es la piedad una pasión viciosa para los estoicos, los cuales proponen que se socorra a los afligidos, pero que no se padezca o sufra con ellos. De cualquier modo, estos ejemplos me parecen más pertinentes. Tanto más cuanto que vemos cómo almas asaltadas y puestas a prueba por estos dos medios o bien se mantienen sin doblegarse o bien se dejan vencer.

Se puede decir que abrir el corazón a la conmiseración es el efecto de la facilidad, la bondad excesiva y la blandura, de lo cual se desprende que las naturalezas más débiles, como las de las mujeres, los niños y el vulgo, son más propensas a tal sentimiento. Y por otro lado, cuando se desprecian las lágrimas y los ruegos, y se cede sólo ante la sagrada imagen de la virtud varonil, lo cual es propio de un alma fuerte e inquebrantable, se tiene en el honor y en la afección un vigor viril y obstinado. No obstante, en las almas menos generosas, la sorpresa y la admiración pueden provocar un efecto parecido. Como prueba está el pueblo de Tebas, que, luego de imponerles la pena capital a sus capitanes por haber continuado con su cargo por más tiempo del que se les había prescrito y ordenado, exoneró de todo castigo a Pelópidas, que abrumado bajo el peso de tales acusaciones no hacía sino pedir y suplicar para protegerse; y por el contrario, frente a Epaminondas, que había llegado contando de manera grandilocuente sus hazañas, echándoselas en cara al pueblo orgullosa y arrogantemente, la asamblea no sometió siquiera el asunto a votación y desistió de la acusación, alabando enormemente mientras se dispersaba la bravura de este personaje.

Dionisio el viejo, después de dificultades extremas y prolongadas, una vez que hubo tomado la ciudad de Regio y capturado en ésta al capitán Fitón, gran hombre de bien que la había defendido tan tenazmente, quiso sacar de ello ocasión para vengarse trágicamente de él. Le dijo primeramente que el día anterior había hecho que se ahogaran su hijo y toda su familia, a lo cual Fitón respondió solamente que habían llegado a la felicidad un día antes que él. Después, mandó que lo desvistieran, lo entregaran a los verdugos y lo arrastraran por la ciudad mientras lo azotaban cruel e ignominiosamente, increpándolo además con insultos y ofensas. Pero él mantuvo el temple siempre constante, sin perderse, y con firme talante pregonaba la honorable y gloriosa causa de su muerte, por no haber querido entregar su país a las manos de un tirano, y le anunciaba amenazadoramente un pronto castigo de los dioses. Dionisio, al leer en los ojos de sus soldados que éstos, lejos de animarse contra las fanfarronadas del enemigo vencido, comenzaban a ablandarse por la admiración frente a una virtud tan rara –olvidando a su jefe y el triunfo que había alcanzado– y parecían estar a punto de amotinarse y arrancar a Fitón de las manos de los sargentos, hizo que el martirio cesara y, a escondidas, mandó que lo ahogaran en el mar.

No cabe duda, es el hombre un ser extremadamente vano, diverso y volátil. Difícil es hacer un juicio uniforme y constante acerca de él. Ahí está Pompeyo, que perdonó a todo el pueblo de los mamertinos, con el cual estaba tan ensañado, en consideración de la virtud y la magnanimidad del ciudadano Zenón, que por sí solo cargó con la culpa pública y no requirió más gracia que la de padecer él solo el castigo; y el huésped de Sila, que demostrando en la ciudad de Perusa una virtud similar, no ganó nada con ello, ni para sí ni para los demás.

Y directamente contra mis primeros ejemplos, el más valiente de los hombres y tan humano para los vencidos, Alejandro Magno, cuando vencía después de muchas grandes dificultades la ciudad de Gaza, se encontró con Betis, el dirigente del ejército enemigo, de cuyo valor había escuchado cosas maravillosas durante el sitio; mientras él solo, abandonado por los suyos y despedazadas sus armas, totalmente cubierto de sangre y heridas, combatía aún en medio de numerosos macedonios que lo acosaban de todas partes. Y Alejandro, estimulado por una victoria tan anhelada y difícil, pues tenía entre otros daños dos frescas heridas sobre su persona, le dijo: “No morirás como has querido, Betis. Te es preciso sufrir primero todas las clases de tormentos que se puedan inventar contra un cautivo”. El otro, no sólo con seguridad en el semblante sino también con arrogancia y altanería, se mantuvo callado ante tales amenazas. Entonces, Alejandro, viendo su orgulloso y obstinado silencio, dijo: “¿Ha doblado él alguna rodilla? ¿Se le ha escapado alguna voz suplicante? En verdad que romperé tu silencio, y si no puedo arrancarle palabra alguna, le arrancaré al menos gemidos”. Y convirtiendo su cólera en rabia, ordenó que le perforaran los talones e hizo que, tirado por una carreta, lo arrastraran, desgarraran y desmembraran.

¿Habrá sido que la valentía le era tan familiar como para que, por no admirarla, la respetara menos? ¿O que él la estimaba tan suya que no pudo soportar verla en otro con tal intensidad sin el despecho de una pasión envidiosa? ¿O que el ímpetu natural de su cólera era incapaz de tener oposición?

En verdad, si su ira hubiera sido refrenada en algún momento, es de creerse que habría ocurrido en la toma y desolación de la ciudad de Tebas al ver cómo pasaban por el filo de la espada tantos hombres valerosos y morían sin tener medio de defensa pública; pues más de seis mil fueron asesinados, de los cuales ninguno fue visto huyendo o pidiendo clemencia, sino intentando –por aquí, por allá, por las calles– afrontar a los enemigos victoriosos, provocándolos para poder conseguir una muerte honorable. Ninguno fue visto que, estando repleto de heridas, no tratara todavía de vengarse en su último aliento, o que con las armas de la desesperación no buscara compensar su muerte con la de algún enemigo. Pero no encontró la aflicción de su virtud ninguna piedad y no bastó un día completo para saciar la sed de venganza. Duró esta masacre hasta la última gota de sangre derramable que se encontró y sólo se detuvo ante personas desarmadas, ancianos, mujeres y niños para sacar de ahí treinta mil esclavos.


martes, 24 de marzo de 2009

Un cuento fantástico de un humanista italiano: Poggio Bracciolini


Sin duda, lo que mejor se conoce de Poggio Bracciolini es su intensa búsqueda y rescate de documentos clásicos (le debemos el De rerum natura de Lucrecio). Como escritor, lo más famoso son las facecias, por su Liber Facetiarum. Tengo que admitir que algunas me parecen de excesivo contenido moral, pero es verdad que algunas son muy buenas, sobre todo para quien esté aprendiendo latín y quiera textos pequeños y no muy difíciles. Se puede encontrar el libro completo en esta dirección, que por cierto es una muy buena biblioteca.
Después de leer algunas, me encontré con ésta, cuyo argumento podría ser la base para una narración fantástica difícil de imaginarse como algo escrito por un humanista italiano del siglo XV: Aliud de monstro. Presento después mi propia traducción.

34

Aliud de monstro
De Poggio Bracciolini

Aliud insuper constat, allatam esse Ferrariam imaginem marini monstri nuper in littore Dalmatico inventi. Corpore erat humano umbilico tenus, deinceps piscis, ita ut inferior pars quae in piscem desinebat, esset bifurcata. Barba erat profusa, duobus tanquam cornibus super auriculas eminentibus, grossioribus mammis, ore lato, manibus quattuor tantum digitos habentibus, a manibus usque ad ascellam atque ad imum ventrem alae piscium protendebantur, quibus natabat. Captum hoc pacto ferebant. Erant complures foeminae juxta littus lavantes lineos pannos. Ad unam earum accedens piscis, ut aiunt, cibi causa, mulierem manibus apprehendens ad se trahere conatus est: illa reluctans (erat enim aqua modica), magno clamore auxilium caeterarum imploravit. Accurrentibus quinque numero, monstrum (neque enim in aquam regredi poterat) fustibus ac lapidibus perimunt: quod in littus abstractum, haud parvum terrorem aspicientibus praebuit. Erat corporis magnitudo paulo longior ampliorque forma hominis. Hanc ligneam ad nos Ferrariam usque delatam conspexi. Cibi gratia mulierem comprehensam argumento fuere pueri nonnulli, qui cum diversis temporibus ad littus lavandi causa accessissent, nusquam postea comperti sunt, quos postmodum ab eo monstro necatos captosque crediderunt.

El monstruo marino
Trad. de Joaquín Rodríguez Beltrán

Hay algo más que es bien sabido: que ha sido traída a Ferrara la forma de un monstruo marino encontrado hace poco en la costa de Dalmacia. Del ombligo hacia arriba parecía humano, y hacia abajo era como un pez con una parte inferior que se bifurcaba en dos extremidades. Tenía la barba abundante, dos cosas como cuernos que le sobresalían por arriba de las orejas, pechos prominentes, boca amplia, manos con tan sólo cuatro dedos; y desde las axilas hacia abajo, entre las manos y el vientre bajo, se extendían unas membranas de pez que le servían para nadar.
Referían la captura de este modo. Había junto a la costa una buena cantidad de mujeres lavando paños de lino y, según dicen, se acercó el pez a una de ellas con la intención de comérsela, el cual, aferrándola con las manos, trató de raptarla. Pero ella, mientras luchaba en el agua –que, a decir verdad, no era muy profunda–, imploró la ayuda de las demás armando un griterío. Acudieron al instante cinco de ellas y, el monstruo ya sin escapatoria, lo mataron con palos y piedras. Cuando lo vieron tendido en la playa, les produjo un terror extremo. Era más alto y corpulento que cualquier hombre. Yo mismo pude ver su cadáver, que nos habían llevado a Ferrara. A causa de este evento –el intento de captura de una mujer como alimento–, se cree que algunos jóvenes, desaparecidos en distintas ocasiones después de haber ido a la costa para lavar, fueron atrapados y devorados por aquél monstruo.


Sólo tengo que agregar que el final me pareció difícil de traducir. Por el contexto uno pensaría que se refiere solamente a muchachas, mujeres jóvenes, como las que fueron atrapadas; pero, puesto que sólo decía pueri, me decidí por darle el matiz impreciso, que hace pensar tanto en hombres como en mujeres.
De cualquier modo, es evidente que la historia hunde sus raíces en tradiciones populares del Mediterráneo. Aunque es claro su contraste en relación con la figura mítica de la sirena, que no empleaba nada de violencia sino sólo su canto, al mismo tiempo se puede notar que estos dos seres en el fondo querían lo mismo: arrastrar a las personas al agua. En el mar, escindidos como estaban, sólo una de sus dos partes podía tener comunicación con los de su especie, los peces; pero su otra parte, la humana, necesitaba algo más. De ahí que salieran a la superficie en busca de presas humanas. Uno se imagina, también, que es un monstruo porque no es nada de manera completa, por su condición híbrida. En verdad que lo que más nos asusta es lo que se parece a nosotros, lo humanoide; nos asusta menos lo que es totalmente distinto.
¿De verdad habrá visto Poggio la figura del monstruo o es sólo para darle fuerza a la narración?

Una versión de Expostulation and Reply, de William Wordsworth

Curiosamente, mientras vagaba entre libros de autores ingleses, encontré un poema de Wordsworth que en el fondo era un intenso llamado a dejar ese mismo libro en la mesa y salir. Seguro que esto ha ocurrido más veces de lo que tengo noticia en la historia de la literatura: que un texto termine por negarse a sí mismo y él mismo sea su contraparte. Uno piensa rápidamente en Platón y su ataque a la palabra escrita, que nos llegó gracias a la cultura impresa.
De cualquier modo, aquí presento el poema y mi propia versión en español, espero recibir cualquier tipo de crítica.

Expostulation and Reply
by William Wordsworth (1770-1850)

"Why, William, on that old grey stone,
Thus for the length of half a day,
Why, William, sit you thus alone,
And dream your time away?

"Where are your books? that light bequeathed
To beings else forlorn and blind!
Up! up! and drink the spirit breathed
From dead men to their kind.

"You look round on your mother earth,
As if she for no purpose bore you;
As if you were her first-born birth,
And none had lived before you!"

One morning thus, by Esthwaite lake,
When life was sweet I knew not why,
To me my good friend Matthew spake,
And thus I made reply.

"The eye it cannot chuse but see;
We cannot bid the ear be still;
Our bodies feel, where'er they be,
Against, or with our will.

"Nor less I deem that there are powers
Which of themselves our minds impress;
That we can feed this mind of ours,
In a wise passiveness.

"Think you, 'mid all this mighty sum
Of things for ever speaking,
That nothing of itself will come,
But we must still be seeking?

" –Then ask not wherefore, here, alone,
Conversing as I may,
I sit upon this old grey stone,
And dream my time away,"


Reprehensión y respuesta
Trad. de Joaquín Rodríguez Beltrán

“¿Por qué, William, en esa piedra
pasas todo el día, vieja y gris?
¿Por qué, solo, te quedas ahí,
soñando tus horas pasajeras?

“¿Y tus libros? ¡Legado de luz
a otros seres, miserables ciegos!
¡Arriba! Absorbe el aliento
de los muertos enviado a su prole.

“Fijas la vista en tu madre tierra
como en una madre sin propósito,
como si fueras su primer hijo,
¡y nadie antes que tú existiera!”

Así, una mañana junto al lago Esthwaite,
dulce la vida y sin saber por qué,
la voz de mi amigo Matthew escuché,
y fue así como le respondí:

“El ojo no sabe sino ver,
¿cómo pedirle al oído no oír?
El cuerpo percibe, esté donde esté,
con nuestro arbitrio o sin él.

Convencido estoy de que hay fuerzas
que en la mente irrumpen por sí solas,
de que podemos nutrir la nuestra
en una sabia pasividad.

¿Crees que, entre todas estas cosas
que continuamente nos hablan,
nada por sí mismo llegará
y que debemos buscar aun más?

Así que no preguntes por qué,
mientras converso a solas aquí,
me quedo en la piedra vieja y gris,
soñando mis horas en vaivén."


Tengo que añadir solamente que uno bien se podría imaginar un punto crucial que distingue a muchos hombres entre sí y genera dos clases bien diferenciadas: por un lado, estarían aquéllos para quienes las cosas no dicen nada y no hacen más que estar ahí, existir ahí afuera encapsulando dentro de ellas mismas cualquier signo o palabra, abrumando con su silencio e impetenetrabilidad al observador anhelante de contacto; por otro, aquéllos que, como Wordsworth, perciben un puente de comunicación cuyo punto de partida son, evidentemente, los sentidos, pero que se excede poco a poco a sí mismo hasta que se tiene la convicción de que hay fuerzas exteriores que continuamente nos impactan.
Me declaro, tristemente, partidario de los primeros; siempre me ha provocado una aguda desesperación el mero estar de las cosas, siempre he visto mi cuerpo como una barrera infranqueable que me separa del exterior (el túnel de Sábato) y me posibilita la existencia, más que como un puente.